Allí estaba Frente a la pantalla, como mis últimas tardes, sin saber quién soy y a donde ir, desahuciada y desalentada del mañana, dejando pasar lo verdaderamente certero y valioso, mi hoy, hundida en mis recuerdos; el desamor, abatida, luego de su partida...Y a eso se sumaba las discusiones vanas por dinero y las criticas que hacían sentirme en una cárcel; mi mente. Pero era una prisión especial, sin barreras metálicas y sin autoridad. Solo yo, gobernando mi destino ingenuamente, creyendo que esto puede mejorar.
Empezando en compañía del astro de luz, después de cada fin y castigo, desde ceros, con bienes que me ayudan alentarme para solo dar solo unos cuantos pasos. Por más simetría que vea en mi sombra hay una capa que está en reforma.
En algún pasillo me encuentro con una sonrisa que me recuerda, una mirada que me cuenta, con la melodía que me salva, unas manos que llego admirar, las palabras que viajan sin olvidar y la gran paciencia que marca la personalidad.
El piso es inestable como la materia expuesta al calor, líneas en mi mente forman golpes profundos en mi corazón.
Me sentía inocente, tan dócil e indefensa para poder siquiera pronunciar una palabra, una de mis manos. Temblaba al sostener aquel vaso de agua, liquido de Dioses que hasta ahora me había mantenido en pie y que producía en mi un efecto de ventura, me sentía tan vital y a la vez rebelde como si Antígona se apoderará de mi, por primera vez en mi vida ese líquido me hizo sentir viva. Una voz preguntándome cuál es el sentido de vivir y yo ahí sin respuesta alguna, era mi corazón que quería saber por qué latía.
Me decía que la primera tarea que tenía en mi vida era descubrir quién era, que ir errando por los bosques solitarios de incertidumbre seria una herida fatal para mi gloria.
Esa fue la primera vez que oí mi corazón, yo estaba acostumbrada a caminar por obedecer, a recoger piedras para defenderme, a dejar que pocos escuchen mis palabras, términos especiales, en parte llenos de locura, fantasía, algo de firmeza y en verdadera entidad, pureza.
Habituada a que mis pensamientos se enfrentaran entre ellos para que el más fuerte fuera protagonista de mis decisiones e inseguridades, pero hoy esquizofrénica, en mi delirio de observar mentes sin cuerpo, calle y silencie a esos contrincantes; mis pensamientos.
Después de merodear por la espesura y hacer de la libertad algo limitado, es hora de definir puntos visibles, recordando a Gilles Deluze, la vida es aquella que está cerca y nace con nosotros, pero también es la que nos empuja a lo ilimitado. Amar la vida es estar en constante asombro. Del tronco de ideas se despliegan ramas que con el tiempo se entrecruzan, pero sin afán por desglosarlas, voy trepando por ellas con ansías de encontrar el movimiento que me adentre a mis pensamientos más intensos.
Escrito por: Alejandra Molina y Lizeth Rivera.
Empezando en compañía del astro de luz, después de cada fin y castigo, desde ceros, con bienes que me ayudan alentarme para solo dar solo unos cuantos pasos. Por más simetría que vea en mi sombra hay una capa que está en reforma.
En algún pasillo me encuentro con una sonrisa que me recuerda, una mirada que me cuenta, con la melodía que me salva, unas manos que llego admirar, las palabras que viajan sin olvidar y la gran paciencia que marca la personalidad.
El piso es inestable como la materia expuesta al calor, líneas en mi mente forman golpes profundos en mi corazón.
Me sentía inocente, tan dócil e indefensa para poder siquiera pronunciar una palabra, una de mis manos. Temblaba al sostener aquel vaso de agua, liquido de Dioses que hasta ahora me había mantenido en pie y que producía en mi un efecto de ventura, me sentía tan vital y a la vez rebelde como si Antígona se apoderará de mi, por primera vez en mi vida ese líquido me hizo sentir viva. Una voz preguntándome cuál es el sentido de vivir y yo ahí sin respuesta alguna, era mi corazón que quería saber por qué latía.
Me decía que la primera tarea que tenía en mi vida era descubrir quién era, que ir errando por los bosques solitarios de incertidumbre seria una herida fatal para mi gloria.
Esa fue la primera vez que oí mi corazón, yo estaba acostumbrada a caminar por obedecer, a recoger piedras para defenderme, a dejar que pocos escuchen mis palabras, términos especiales, en parte llenos de locura, fantasía, algo de firmeza y en verdadera entidad, pureza.
Habituada a que mis pensamientos se enfrentaran entre ellos para que el más fuerte fuera protagonista de mis decisiones e inseguridades, pero hoy esquizofrénica, en mi delirio de observar mentes sin cuerpo, calle y silencie a esos contrincantes; mis pensamientos.
Después de merodear por la espesura y hacer de la libertad algo limitado, es hora de definir puntos visibles, recordando a Gilles Deluze, la vida es aquella que está cerca y nace con nosotros, pero también es la que nos empuja a lo ilimitado. Amar la vida es estar en constante asombro. Del tronco de ideas se despliegan ramas que con el tiempo se entrecruzan, pero sin afán por desglosarlas, voy trepando por ellas con ansías de encontrar el movimiento que me adentre a mis pensamientos más intensos.
Escrito por: Alejandra Molina y Lizeth Rivera.
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