ANGIE.

Solo su nombre recuerdo, en la montaña hasta la oscuridad la acompañaba, ella a mi antes de escuchar el timbre, jugando con cartas de colores. Me obsequió mi primera muñeca y yo su primer carro.

Caminábamos juntas de la mano hacia el parque, solo nosotras podíamos ver la silueta roja que sujetaba un tridente entre árboles, no dormíamos en las noches vigilando nuestras vidas, esa imagen solo existía en nuestro subconsciente e interior.

Cabellos cortos y negros, ojos oscuros. Teníamos varias cosas en común, gustos, pensamientos. 7: a.m. le expresaba mis emociones, las compartía conmigo, era como si le dijese, hermana conoceremos a nuestro padre. 12: p.m. corriendo tras la pared como dos ardillas detrás de su nuez admirábamos a través de las rejillas niños disfrutando de cosas nuevas en sus cabecitas. Muchos detalles más llegaron al olvido.

Ya, han transcurrido ocho años desde ese entonces, Angie ha quedado atrás, nuestras manos se soltaron, ahora compruebo que es mejor agarrarse de las muñecas del otro y no de su palma o dedos.

En este día, me devolví a la subida, abrí la puerta que ya había cerrado. Ver aquella muchacha que aunque callada y reservada me sirvió de memoria. Sus múltiplos suspiros llegaron a mi, descubrí sus arrepentimientos y temores. Me detuve, pensé en voz alta...

Estés donde estés espero que te encuentres bien mi pequeña amiga, gracias por incentivarme la curiosidad y por regresar en alguien mas.

Todos somos diferentes pero las congruencias nos hacen mas especiales. Quédate.


Escrito por: Alejandra Molina.

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