Se piensa que el arte es para pocos pero no, en realidad es para todos.
Una nueva experiencia, éste día en el que se viajó sin presión alguna, llegué a ser impuntual. En el transcurso de la Transversal 86 a la avenida Jimenes, en mi oído ondas formadas por un tono agudo, la voz de mi mejor amigo; solo retumbaba a veces ya que mi mente embadurnó todo mi ser con la expectativa de reencontrarme con el corazón andante y el pensamiento como siempre latente de mi figura de felicidad pura.
Mi amigo y yo tan sistemáticos y puntuales llegamos ala hora estipulada, 11 y 30 a.m. Nos encontrábamos en las aguas creyéndonos águilas, buscando entre tanta multitud un blanco en específico, Lizeth, como le digo yo, el corazón andante. No había llegado, decidí llamarla, ya lo venía venir, hasta ahora salía de casa. Nos dedicamos a caminar por el centro de la ciudad hasta llegar ala casa de Botero. Palomas, jabón en burbujas, llamas, estatuas, pinturas, casi cada calle fotografiamos. Fotografiar es detener el tiempo en un rayo de luz que es refractado en una hoja. Tener motivos para recordar, reír o llorar una y otra vez.
Hace tres meses aproximadamente que no me veo con Lizeth, en verdad cuando la saludé mi alama se llenó de gozo, un alimento para mi sonrisa. Cristian y ella se conocieron, era momento de empezar nuestro recorrido en forma por el museo. Afortunadamente Lizeth llevó cámara, pues la de Cristian se averío y la mía se descargó.
De abajo hacia arriba, de izquierda a derecha, admirábamos obras de arte. Recuerdo el frío que sentí al ver una, era como si yo hubiese acompañado en el puente a esas personas que esperaban o que tal vez sólo admiraban los árboles quedarse sin vida.
Mientras atravesábamos salas la hora de almuerzo nos dejó saludos, éste era un día en el que no me importaba seguir la lista al pie de la letra. Así, restricción a un metro de cada pintura, de lo contrario una alarma se activaba y todas las salas eran iguales, en otras se podía acercar más de un metro y se llegaba a tocar. En cambio en unas no se permitía tomar fotos, vaya que ese detalle no me gustó, porque para mi fueron las mejores obras, fue fascinante encontrar tantos ángeles juntos ver a diferentes personas con la misma vestimenta dentro de un ataúd, era una secuencia que merecía ser reproducida y lo mejor de todo, guardados en una bóveda, dentro de vitrinas, bañados en oro, unos ostensorios. Cuanto deseaba tomarles una foto; me devolví en el tiempo por unos segundos, los jueves que asistía a la exposición del santísimo o las procesiones del Corpus Cristy, ¡Hay! mi época como monaguilla, que buenos recuerdos.
Luego de visitar la casa de Botero, ir ala sala de Luis Caballero y demás, nos dirigimos a ver monedas y billetes, nos encontramos con Felipe, Jessica y Laura, y Daniela que iba con su hermano, nos tomamos foto en una pared cascada que queda llegando a la Luis Ángel. Después, fuimos a la exposición de Andrés Caicedo, "mi doble" pues tenemos un perfil parecido. Caminamos por toda la biblioteca, vimos instrumentos musicales, de cuerdas, de percusión y de teclas.
Salimos a comer algo. Llegando al lugar donde encontraríamos exquisitas arepas había un hueco, con cableado y al pasar me di cuenta que algo se movió, me devolví y ¡OH, sorpresa! Me encontré con unos compañeros y antiguos huéspedes. Peleaban entre sí con sus colas tan largas como cordones y pieles de un gris oscuro. Me impresionó verlas, tanto que empecé a saltar y una mujer desechable que iba en el camino se asustó.
Terminamos comiendo empanada y después cada uno cogió su propio punto de destino.
De regreso a casa pensaba: Que mañana y tarde tan agradables, fue maravilloso compartir con mis amigos, visitar el museo de Botero, éste lugar en el que desperté aún más mi amor por el arte, que aunque no sea crítica, con cada obra, mis ojos se iluminaban, mi cuerpo se inmutaba, mi imaginación volaba, quedaba maravillada. Ahora, doy más recalcitrante pensado y diciendo, en las letra y en la pintura dejamos parte de nuestra vida.
Escrito por: Alejandra Molina. (Reseña crítica, visita al museo casa de Botero, Abril 30 de 2012)
Una nueva experiencia, éste día en el que se viajó sin presión alguna, llegué a ser impuntual. En el transcurso de la Transversal 86 a la avenida Jimenes, en mi oído ondas formadas por un tono agudo, la voz de mi mejor amigo; solo retumbaba a veces ya que mi mente embadurnó todo mi ser con la expectativa de reencontrarme con el corazón andante y el pensamiento como siempre latente de mi figura de felicidad pura.
Mi amigo y yo tan sistemáticos y puntuales llegamos ala hora estipulada, 11 y 30 a.m. Nos encontrábamos en las aguas creyéndonos águilas, buscando entre tanta multitud un blanco en específico, Lizeth, como le digo yo, el corazón andante. No había llegado, decidí llamarla, ya lo venía venir, hasta ahora salía de casa. Nos dedicamos a caminar por el centro de la ciudad hasta llegar ala casa de Botero. Palomas, jabón en burbujas, llamas, estatuas, pinturas, casi cada calle fotografiamos. Fotografiar es detener el tiempo en un rayo de luz que es refractado en una hoja. Tener motivos para recordar, reír o llorar una y otra vez.
Hace tres meses aproximadamente que no me veo con Lizeth, en verdad cuando la saludé mi alama se llenó de gozo, un alimento para mi sonrisa. Cristian y ella se conocieron, era momento de empezar nuestro recorrido en forma por el museo. Afortunadamente Lizeth llevó cámara, pues la de Cristian se averío y la mía se descargó.
De abajo hacia arriba, de izquierda a derecha, admirábamos obras de arte. Recuerdo el frío que sentí al ver una, era como si yo hubiese acompañado en el puente a esas personas que esperaban o que tal vez sólo admiraban los árboles quedarse sin vida.
Mientras atravesábamos salas la hora de almuerzo nos dejó saludos, éste era un día en el que no me importaba seguir la lista al pie de la letra. Así, restricción a un metro de cada pintura, de lo contrario una alarma se activaba y todas las salas eran iguales, en otras se podía acercar más de un metro y se llegaba a tocar. En cambio en unas no se permitía tomar fotos, vaya que ese detalle no me gustó, porque para mi fueron las mejores obras, fue fascinante encontrar tantos ángeles juntos ver a diferentes personas con la misma vestimenta dentro de un ataúd, era una secuencia que merecía ser reproducida y lo mejor de todo, guardados en una bóveda, dentro de vitrinas, bañados en oro, unos ostensorios. Cuanto deseaba tomarles una foto; me devolví en el tiempo por unos segundos, los jueves que asistía a la exposición del santísimo o las procesiones del Corpus Cristy, ¡Hay! mi época como monaguilla, que buenos recuerdos.
Luego de visitar la casa de Botero, ir ala sala de Luis Caballero y demás, nos dirigimos a ver monedas y billetes, nos encontramos con Felipe, Jessica y Laura, y Daniela que iba con su hermano, nos tomamos foto en una pared cascada que queda llegando a la Luis Ángel. Después, fuimos a la exposición de Andrés Caicedo, "mi doble" pues tenemos un perfil parecido. Caminamos por toda la biblioteca, vimos instrumentos musicales, de cuerdas, de percusión y de teclas.
Salimos a comer algo. Llegando al lugar donde encontraríamos exquisitas arepas había un hueco, con cableado y al pasar me di cuenta que algo se movió, me devolví y ¡OH, sorpresa! Me encontré con unos compañeros y antiguos huéspedes. Peleaban entre sí con sus colas tan largas como cordones y pieles de un gris oscuro. Me impresionó verlas, tanto que empecé a saltar y una mujer desechable que iba en el camino se asustó.
Terminamos comiendo empanada y después cada uno cogió su propio punto de destino.
De regreso a casa pensaba: Que mañana y tarde tan agradables, fue maravilloso compartir con mis amigos, visitar el museo de Botero, éste lugar en el que desperté aún más mi amor por el arte, que aunque no sea crítica, con cada obra, mis ojos se iluminaban, mi cuerpo se inmutaba, mi imaginación volaba, quedaba maravillada. Ahora, doy más recalcitrante pensado y diciendo, en las letra y en la pintura dejamos parte de nuestra vida.
Escrito por: Alejandra Molina. (Reseña crítica, visita al museo casa de Botero, Abril 30 de 2012)
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